viernes, 15 de febrero de 2013

HISTORIA


Hoy os traigo una historia que ha escrito un amigo mío, al leerla no pude evitar acordarme de todos ustedes. Fernando, el autor nos cuenta una historia bastante profunda, así que ahí os lo dejo y ya me diréis que os ha parecido;

Me encontré de pie en la nada, no había color, no entendía nada. Tras un rato me puse a caminar por algo como una carretera pero sabía que era un enorme pasillo. Al final solo veía oscuridad pero tras un tiempo vi cómo se bifurcaba en dos pasillos. Uno era ancho, todo colores alegres con tapices, alfombras y lámparas que lo iluminaban todo. El otro, en cambio, era estrecho, austero, sin luz y todo oscuridad, como si allí la vida fuera triste y no existiera la felicidad. Sin pensarlo dos veces, tomé la dirección del primer pasillo y cuando lo atravesaba todo lo que sentía era felicidad y placer, no existían cosas tales como las preocupaciones, el dolor, la soledad, la tristeza… no existía la oscuridad. No me di cuenta de que continuaba caminando, estaba concentrado en la avalancha de buenas sensaciones que me transmitía el mágico pasillo y se me olvidaba todo lo demás.
Tras un tiempo que pareció un segundo, llegué al final y otra vez se bifurcaba en distintos pasillos. Esta vez había más de dos y cada uno era diferente. Uno era aún mejor que el que había recorrido, otros lo eran menos, algunas más tristes y oscuros y uno que era totalmente oscuro y estrecho, nada más verlo me produjo una sensación desagradable y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Obviamente escogí el más agradable y bonito, y de nuevo me sumergí en sensaciones y placeres en los que perdí la noción del tiempo y la realidad.
Los pasillos eran más o menos largos pero siempre se bifurcaban al final en varios de un modo u otro: alegres, normales, de tamaño mediano, estrechos… y oscuros. Jamás tire por ninguno como éste último.
Tras tomar decenas  y decenas de pasillos, salí a una sala extraña. Todo era de color cobre y la sala parecía infinita así que fui avanzando por ella. De repente, me encontré a una figura que me resultaba muy familiar, era totalmente oscura, como una sombra, inspiraba angustia y una sensación de desagrado muy aguda. Cada vez se acercaba más y más, yo no podía moverme estaba paralizado, y cuando estuvo en frente mía le pregunté con cautela:
- ¿Quién eres tú?
- Yo no soy nada más que tú – respondió con una sonrisa que parecía más bien malévola.
- ¿De qué estás hablando? Somos totalmente diferentes – dije con inseguridad.
- ¿Tú crees? – rió – Mírame, somos la misma persona, la misma esencia, pero solo nos diferencia una cosa.
- No entiendo, explícate.
- Ahora lo descubrirás – dio media vuelta y echó a caminar.
- Espera… - quería seguirle pero sentía que pesaba y me desplomé.

Desperté con el corazón en un puño y respirando difícilmente. Me acordé de lo que había soñado y tras pensarlo descubrí a lo que se refería mi “otro yo”.

A lo largo de nuestra vida tenemos que tomar decisiones en determinados momentos, son esas decisiones las que nos hacen ser como son, eso es lo que nos diferencia, pero si nos tentamos a recorrer siempre el “pasillo” fácil y en el que todo es felicidad, nos acostumbraremos a no esforzarnos, a no llevarnos al límite, no maduraremos, no aprenderemos nada de la vida y nos olvidaremos de quiénes somos. Es por eso que, aunque no nos guste, debemos escoger los “pasillos oscuros y estrechos” donde la vida es más difícil y cuesta más recorrerlos porque tenemos que ser conscientes de la realidad y saber que la vida está llena de decisiones difíciles en las que debemos imponernos y plantarle cara. Siempre hay que tomar las decisiones que son adecuadas para nosotros porque si no, poco a poco nos convertiremos en otra persona diferente a la que éramos, alguien que no queríamos ser o no deberíamos ser. Solamente seremos una sombra de lo que éramos.
AUTOR: Fernando Domínguez Gavilán

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