Hoy os traigo una historia que ha escrito un
amigo mío, al leerla no pude evitar acordarme de todos ustedes. Fernando, el
autor nos cuenta una historia bastante profunda, así que ahí os lo dejo y ya me
diréis que os ha parecido;
Me encontré de pie en la nada, no había color,
no entendía nada. Tras un rato me puse a caminar por algo como una carretera
pero sabía que era un enorme pasillo. Al final solo veía oscuridad pero tras un
tiempo vi cómo se bifurcaba en dos pasillos. Uno era ancho, todo colores
alegres con tapices, alfombras y lámparas que lo iluminaban todo. El otro, en
cambio, era estrecho, austero, sin luz y todo oscuridad, como si allí la vida
fuera triste y no existiera la felicidad. Sin pensarlo dos veces, tomé la dirección
del primer pasillo y cuando lo atravesaba todo lo que sentía era felicidad y
placer, no existían cosas tales como las preocupaciones, el dolor, la soledad,
la tristeza… no existía la oscuridad. No me di cuenta de que continuaba
caminando, estaba concentrado en la avalancha de buenas sensaciones que me
transmitía el mágico pasillo y se me olvidaba todo lo demás.
Tras un tiempo que pareció un segundo, llegué
al final y otra vez se bifurcaba en distintos pasillos. Esta vez había más de
dos y cada uno era diferente. Uno era aún mejor que el que había recorrido,
otros lo eran menos, algunas más tristes y oscuros y uno que era totalmente
oscuro y estrecho, nada más verlo me produjo una sensación desagradable y un
escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Obviamente escogí el más agradable y
bonito, y de nuevo me sumergí en sensaciones y placeres en los que perdí la
noción del tiempo y la realidad.
Los pasillos eran más o menos largos pero
siempre se bifurcaban al final en varios de un modo u otro: alegres, normales,
de tamaño mediano, estrechos… y oscuros. Jamás tire por ninguno como éste
último.
Tras tomar decenas y decenas de pasillos, salí a una sala
extraña. Todo era de color cobre y la sala parecía infinita así que fui
avanzando por ella. De repente, me encontré a una figura que me resultaba muy
familiar, era totalmente oscura, como una sombra, inspiraba angustia y una
sensación de desagrado muy aguda. Cada vez se acercaba más y más, yo no podía
moverme estaba paralizado, y cuando estuvo en frente mía le pregunté con
cautela:
- ¿Quién eres tú?
- Yo no soy nada más que tú – respondió con
una sonrisa que parecía más bien malévola.
- ¿De qué estás hablando? Somos totalmente
diferentes – dije con inseguridad.
- ¿Tú crees? – rió – Mírame, somos la misma
persona, la misma esencia, pero solo nos diferencia una cosa.
- No entiendo, explícate.
- Ahora lo descubrirás – dio media vuelta y
echó a caminar.
- Espera… - quería seguirle pero sentía que
pesaba y me desplomé.
Desperté con el corazón en un puño y
respirando difícilmente. Me acordé de lo que había soñado y tras pensarlo
descubrí a lo que se refería mi “otro yo”.
A lo largo de nuestra vida tenemos que tomar
decisiones en determinados momentos, son esas decisiones las que nos hacen ser
como son, eso es lo que nos diferencia, pero si nos tentamos a recorrer siempre
el “pasillo” fácil y en el que todo es felicidad, nos acostumbraremos a no
esforzarnos, a no llevarnos al límite, no maduraremos, no aprenderemos nada de
la vida y nos olvidaremos de quiénes somos. Es por eso que, aunque no nos
guste, debemos escoger los “pasillos oscuros y estrechos” donde la vida es más
difícil y cuesta más recorrerlos porque tenemos que ser conscientes de la
realidad y saber que la vida está llena de decisiones difíciles en las que debemos
imponernos y plantarle cara. Siempre hay que tomar las decisiones que son
adecuadas para nosotros porque si no, poco a poco nos convertiremos en otra
persona diferente a la que éramos, alguien que no queríamos ser o no deberíamos
ser. Solamente seremos una sombra de lo que éramos.
AUTOR: Fernando Domínguez Gavilán
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